
Dejo de perseguir identidades ajenas, grupos o movimientos a los que no pertenezco y nunca perteneceré. Seguir siendo crítico de maneras amables. Prefiero reconocerme, y permitir que mis propios sueños y motivaciones ocupen su lugar, sin medirlos con la vara de nadie. Renuncio a la carrera de la aceptación, a la tentación de los espejos ajenos, a la distracción del ego, a ver egos en todo lado. Mi tiempo y mi energía pueden servir mejor celebrando lo que sí soy.
Volverme más liviano con quienes amo: abrazar a mi familia y cercanos con ternura cotidiana, practicar el respeto sin artificios y decir en voz alta mi admiración antes de que se quede dentro. Valorar la naturaleza que me rodea y sostiene, recordando que honrarla es honrarme. Celebrar pequeños logros. La vida se siente más clara cuando el afecto es transparente, aceptación y confianza.